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I. La transformación de lo Impensable (tomando una cucharada de la propia medicina)

Silvia Carrió y Jorge Janson

“Al alma hay que crearla,
Inhalar lo que respira,
Imaginarla, darle voz.
Encarnarla es la obra humana,
la humana fidelidad a sí,
lo poético es escucharla,
hacer de su soplo un verbo,
de ese verbo otro inicio,
otra única creación”.

Hugo Mujica

Esta es la historia de una transformación, el relato de nuestro recorrido durante la creación del curso semipresencial “Habilidades narrativas para profesionales de la salud”, en el campus virtual del Hospital Italiano de Buenos Aires.

Hace un tiempo tuvimos el deseo de posar la mirada sobre la estructura narrativa del encuentro entre el médico y el paciente. ¿Qué habilidades serían necesarias para hacer del encuentro una buena historia? ¿Esas habilidades suponían un don o podían aprenderse? ¿Cómo, de quién, en qué contexto? ¿Seríamos capaces de generar estas conversaciones en nuestro medio de trabajo? El interés en hacer de las habilidades narrativas un punto central de la práctica de los profesionales de la salud y la exploración conjunta de interrogantes nos animó a convertir ese deseo en una propuesta de curso presencial en el Instituto Universitario del Hospital Italiano. Una vez instalado ese formato, ¿podríamos concebir hacerlo de otro modo? ¿Cuáles serían los principales obstáculos?

Nos proponemos compartir nuestra experiencia, el movimiento desde el lugar dónde partimos, el encuentro con nuestros impensables y nuestros descubrimientos durante el camino.

La historia de esta historia

Nos conocimos en 2010 en un consultorio del hospital donde ambos trabajamos, como médico y paciente. Ese encuentro fue inspirador; una historia trajo otra historia y produjo resonancias, el impulso de seguir una conversación que todavía continúa. Los dos veníamos con algunos antecedentes: Silvia como asesora pedagógica en la Escuela del Relato de Ana María Bovo y su tesis de maestría sobre Medicina Narrativa; Jorge, con su formación en las posibilidades del lenguaje hipnótico y la experiencia de ver cómo la palabra puede, efectivamente, tocar o modificar la salud de las personas. Nuestra conversación comenzó a ser generativa, co-construyendo en reciprocidad. Este modo de conversar permitió abrir espacios de conocimiento que se integraron a lo que ya había, con la naturalidad con la que una historia avanza. Cuando pudimos observar dónde estábamos, pensamos que el proceso de incluir un giro lingüístico en los encuentros con los pacientes implicaba habilidades que podían cultivarse, encarnarse, enseñarse.

Uno de los primeros pasos fue discutir un artículo de Churchill y Shenck (2008) que analizaba por qué algunos médicos reconocían en ciertos colegas una capacidad de acercamiento especialmente distinto con sus pacientes, no en lo técnico sino a través de lo que denominaron habilidades sanadoras (healing skills). Según estos autores, esos colegas tendían a ser más abiertos, se dedicaban a hacer las “pequeñas cosas” como saludar, dar la mano, mirar a los ojos. Se tomaban el tiempo para escuchar, permitiendo al paciente expresarse, explayarse, encontraban en él algo valioso. Quitaban barreras, se sacaban los guardapolvos, apagaban las computadoras, compartían la autoridad.

Ese artículo tenía el atractivo de hablar de “habilidades” más que de la necesidad de recuperar la humanidad perdida, de ser más compasivos y empáticos. Nuestro desafío era ir más allá de declaraciones de ese tipo, acerca de lo que “debería hacerse”, para aportar una perspectiva práctica, desde la experiencia, de conexión con los pacientes. Pero, en el artículo en cuestión, la discriminación o separación en partes de las habilidades sanadoras producía un efecto extraño: parecía que para que funcionaran uno tenía que seguir ciertos pasos: abrir la puerta, saludar, acercarse y escuchar. Algo de lo automático podía volver a suceder si se tomaba como una sistemática, un protocolo, un conjunto de nuevas reglas. Nos preguntamos cómo incluir, en este modelo, la contingencia y la singularidad de las situaciones y relaciones humanas.

Allí donde se posa la mirada se produce una definición ¿Es la definición anterior a la mirada o es el particular punto de enfoque el que produce la definición? La larga y provechosa tradición científico-técnica es, en este sentido, una mirada que se posa, y al hacerlo, rescata los elementos que necesita para su quehacer y deja otros como marginales. Este foco había hecho que la estructura narrativa del encuentro quedase más invisibilizada.

El primer impensable: un curso presencial

El resultado de estudiar las posibilidades de poner en el primer plano las historias, nos fue llevando. Lo que hasta hacía unos meses era inconcebible comenzó a ser menos imposible: empezar a imaginar un curso sobre cuestiones narrativas en la práctica de los profesionales de nuestro hospital, un centro de alta complejidad destacado y reconocido por su solidez científica y técnica.

Fue un ejercicio de imaginación y creatividad, no estábamos replicando un curso que hubiéramos recibido. ¿Qué queríamos que pasara? ¿Cuáles podrían ser los contenidos y las estrategias? Decidimos llamarlo “habilidades” porque queríamos cruzar una brecha entre la teoría y la práctica, y desarrollar actividades que facilitaran experimentar la importancia y la eficacia de escuchar y generar historias, encarnando todo eso en un modo de ser. Una vez alguien quería escribir acerca de la vida en los monasterios medievales y preguntó cómo podía hacerlo…En principio, lo mejor sería ir a uno y pasar una noche allí. Así avanzamos sobre el primer impensable diseñando nuestro primer curso presencial. Elaboramos un programa y llevamos nuestra propuesta al departamento de posgrado del Instituto Universitario del hospital, como una oportunidad, una excusa para seguir encontrándonos y conversando.

El proyecto se aprobó y, durante tres años, pudimos abrir un curso bimensual en dos niveles, básico y avanzado, con un encuentro semanal de dos horas. En cada encuentro, dinámica tras dinámica, fuimos abriendo espacios para explorar las habilidades de preguntar, escuchar, resonar, percibir matices, entrar en la esfera del otro, expandir lo todavía no dicho, imaginar posibilidades, encontrar nuevos significados y metáforas, generar relatos alternativos y transformar la realidad de los problemas cristalizados.

El cultivo de las habilidades narrativas facilita salir del enfoque habitual, volver a poner en movimiento certezas y abrir una puerta a la posibilidad. Se nutre de ambigüedades, tonos y matices, múltiples niveles y metáforas, jugando con la polisemia del lenguaje, desde distintas voces y perspectivas. Nuestro curso busca poner en el centro del encuentro entre el profesional y el paciente la narración de la historia y aprovechar sus cualidades para, con ellas, hacer más posible un resultado favorable. Según Ortin y Ballester (2005) lo que convierte al relato en una intervención sanadora es la calidad del encuentro entre los participantes. Un encuentro de calidad, para nosotros, implicaba un reconocimiento mutuo, una creación conjunta, una co creación (Anderson, 2012).

No propusimos un decálogo, ni una colección previa de donde ir tomando historias como quien prescribe un medicamento. Si, como afirma Rosemberg (2011), la empatía radica en nuestra capacidad de estar presente, exploramos cada encuentro como un acontecimiento singular, único e irrepetible. Inspirados en Jullien (1999), con una lógica diferente a la de trazar un plan de antemano, creamos las condiciones y permitimos que las historias se construyeran en la aceptación y el aprovechamiento del potencial de cada situación.

El segundo impensable

Y fue así como se configuró un segundo impensable. Ya no era la posibilidad de trabajar estas temáticas dentro del hospital, porque eso ya estaba sucediendo con éxito. Nos enfrentamos a un segundo impensable porque estábamos muy cómodos: los grupos eran pequeños, nos sentábamos en ronda, servíamos un té exquisito, compartíamos lecturas y ejercicios, todos participaban delicada y oportunamente, como si nos conociéramos de mucho tiempo. Pero en uno de estos cursos se anotó Laura Magallán, coordinadora del campus virtual. Fue un problema cuando ella empezó a decir “¿Ustedes no piensan que esto puede ser virtual?”, “En el interior y en otros países también puede haber gente interesada, o aquí mismo personas que no puedan venir una vez por semana para estar dos horas y volver a su consultorio”. Nos parecía imposible: esta formación no podía ser virtual, ¡si el núcleo central de este curso era el encuentro! Nada sería igual sin el “cara a cara”, ¿cómo veríamos los detalles? Perderíamos la presencia, podíamos generar confusión y, además, tendríamos que cambiar las actividades y casi toda la bibliografía.

La sensación de poner todo en riesgo y nuestra resistencia inicial nos hicieron tomar conciencia de que el principal obstáculo éramos nosotros, nuestro hermoso curso presencial estaba anclado en supuestos, en una concepción que se había congelado. Si el propósito de nuestro curso era que nuestros alumnos ayudaran a otros a mover certezas, y nosotros no estábamos dispuestos a hacerlo, nos encontrábamos efectivamente en un problema. Habíamos hecho unos subrayados: presencia, encuentro. Ahora, esta oportunidad nos permitía hacer otros subrayados, inventar otra historia.

¿Presencial o virtual?

Nuestra primera aproximación fue intentar tomar el curso presencial y probar una conversión, locutar los Power Point, grabarnos o filmarnos haciendo lo que sabíamos hacer. Un cambio formal que no generaba lo que estábamos buscando. Decidimos escribir las clases, era más seguro, pero no imaginábamos cómo podía interpretar una persona que estuviera lejos, lo que íbamos produciendo. Y entonces, ¿desistíamos o pensábamos todo nuevo?

Una transformación implica, más que un cambio de forma, un proceso global, abierto. Su resultado no puede planificarse ni preverse. Nosotros nos habíamos inspirado en valiosas experiencias pero también en nuestras lecturas y ese era un modo distinto de presencia. Tuvimos que recordar y subrayar algunas de nuestras principales premisas:

  • El “no saber” puede abrir un espacio de libertad.
  • Lo presencial no garantiza presencia.
  • La comunicación no es un tubo o un carril.
  • Toda comprensión es una interpretación.
  • La potencia está en la polifonía de voces y relatos.

¿Cómo salir de la dicotomía presencial o virtual? No podía haber sólo dos alternativas, ¿y si usábamos la y? Como en un diálogo, continuando a partir de lo que se venía diciendo, decidimos empezar a jugar con la posibilidad de un esquema semi presencial, con un primer tramo virtual, preparando el terreno, iniciando algunos contenidos, seguido de un encuentro presencial prolongado, que permitiera a los interesados del interior y del exterior hacer un solo viaje, y un último tramo virtual para avanzar en espiral, incluyendo nuevos temas mientras volvemos a pasar por todo, con otra profundidad.

Organización bimodal del curso
Figura 1

El curso actual dura ocho semanas:

  1. Presentaciones y bienvenida.
  2. La narrativa en la profesión.
  3. La metáfora de la entrevista fértil.
  4. Encuentro presencial.
  5.  El todo significativo.
  6. Relatos eficaces.
  7. Bloque de cierre.
  8. Evaluación.


Usamos la plataforma educativa Moodle del campus virtual, con un foro de intercambio general, una pizarra Lino.it donde compartimos nuestra foto la primera semana y presentamos nuestros ecos y resonancias de lo que los alumnos van escribiendo. Escribimos una guía para cada módulo –que no es una clase– con la intención de introducir y despertar el tema. Esto es lo que hacemos, también, en un encuentro presencial, no decimos todo, creamos determinadas condiciones, enfocamos lo que nos interesa, o provocamos algo. Allí presentamos los recursos educativos indispensables y recomendados, las consignas para las actividades integradoras obligatorias que se suben a una galería de producciones, y actividades optativas, para la reflexión, que se comparten o no en el foro de intercambio.

¿Qué ganamos en esta modalidad?

  • Pudimos integrar videos, lecturas e imágenes que teníamos dispersas y que en cursos anteriores habían despertado buenas historias.
  • No usamos presentaciones PowerPoint.
  • Orientamos los procesos con consignas que permitieron hacer foco en los textos y videos y apreciar cómo cada participante hacía su interpretación personal.
  • Logramos estimular la escritura y preservar sus producciones, con más giros del espiral, para volver a ellas con relecturas y nuevos significados.
  • Creamos un espacio de libertad, confiando en que cada uno podía aprovechar los materiales según sus necesidades.
  • Nos enfocamos a mejorar nuestras preguntas como llaves activadoras de la conversación sin ser directivos ni explicativos.
  • Mostramos en nuestras intervenciones y en las devoluciones a las actividades integradoras, cómo utilizamos los recursos que proponemos cultivar.
  • Una polifonía de voces, todas presentes y todas con valor: el valor de tener una mirada, una perspectiva distinta.
  • Tomamos una cucharada de nuestra propia medicina.


Pensamos que lo más importante de una historia no es su “enseñanza” sino su capacidad de despertar otra historia; esa es su potencia. Si la significación es un proceso interactivo, no necesitamos decir lo que queremos que se interprete, apelamos más bien a una provocación. La mejor forma que encontramos es usar metáforas y hacer preguntas abiertas, que desplieguen significados y conexiones, a partir de los materiales que vamos proponiendo.

Esta es nuestra experiencia; nos gusta pensarla como una historia de transformación. Si después de este recorrido conservamos alguna certeza, es que lo mejor que puede pasarnos –una y mil veces– es volver a abrir la puerta que conecta con nuestra vida creativa, aceptar el desafío de la imaginación.

Referencias bibliográficas

Anderson, H. (2012), “Conversaciones, lenguaje y posibilidades. Un enfoque posmoderno de la terapia”. Buenos Aires: Amorrortu.

Churchill, L.R. y Schenck, D. (2008), “Healing skills for medical practice. Ann Intern Med, 149: 720-724”.

Jullien, F. (1999), “Tratado de la eficacia. La inteligencia de hacer posible lo que parece inalcanzable”. Buenos Aires: Perfil.

Ortín, B. y Ballester, T. (2005), “Cuentos que curan”. Barcelona: Océano.