Juan José Mendoza
El 22 de junio de 2013, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, un grupo de investigadores y docentes se reunió a realizar una serie de intervenciones en torno a qué se entendía o se podía entender por “humanidades digitales”. La expresión, entonces, pudo parecer novedosa: nombra el encuentro entre una tradición fuerte y una serie de prácticas nuevas. Más allá de sus implicancias, en aquella reunión nació la inquietud de conformar una Asociación Argentina de Humanidades Digitales. Algunos meses más tarde, el 27 de septiembre de 2013, se realizó en la Escuela de Bibliotecarios de la Biblioteca Nacional una convocatoria abierta a académicos, estudiantes e investigadores. Los que allí acudieron aquella tarde volvieron a sentirse interpelados por la posibilidad de crear una Asociación Argentina de Humanidades Digitales. Pero la pregunta primigenia volvió a aparecer: ¿qué son las humanidades digitales? La emergencia de una denominación así, nos ponía en alerta respecto de nuestras propias prácticas ¿Qué es lo que cada uno de nosotros realiza? ¿Hacemos humanidades digitales? A aquella reunión siguieron otras: una actividad virtual que consistió en la creación del sitio web de la Asociación Argentina de Humanidades Digitales, el cual, por entonces, ya podría haber sido definido como “el sitio web de una asociación que todavía no existe”. Allí, cada uno de los integrantes de la asociación contaba qué hacía, qué inquietudes tenía. Eso mismo volvió a suceder en un coloquio de trabajo que se realizó en la ciudad de La Plata hacia fines de aquel año. Podría decirse, entonces, que el 2013 fue el año de la formalización de una Asociación de Humanidades Digitales en la Argentina. Y, en 2014, los días 17, 18 y 19 de noviembre, se llevaron a cabo en el Centro Cultural San Martín las I Jornadas Nacionales de Humanidades Digitales y Cultura Tecnológica. Luego de todos aquellos encuentros y prácticas, una pregunta persiste: ¿qué son exactamente las humanidades digitales? ¿Cómo se pueden pensar las
Humanidades Digitales desde la Argentina?
Antes de llegar a un consenso (y es que posiblemente no lo haya), me gustaría exponer una serie de consideraciones en torno a qué son, posiblemente, las Humanidades Digitales. Quizás, las Humanidades Digitales estén relacionadas con el diseño y el mantenimiento de colecciones digitales, bibliotecas virtuales, base de datos bibliográficas online. Las humanidades digitales también pueden ser pensadas como una suerte de “prácticas cruzadas”, un entrecruzamiento entre diferentes prácticas que reúnen en su interior a la tradición humanista con la era digital. Habría allí una confluencia entre humanidades, ciencias sociales e informática. Historia, arte, filología, filosofía, lingüística, antropología y estudios culturales confluyen, desde hace algunos años, en torno a una reflexión sobre cómo continuar: ¿qué hacer con las disciplinas?¿Qué hacer con las tradiciones heredadas? Se abre allí un debate sobre la incorporación o no de nuevas tecnologías para llevar a cabo diferentes prácticas. Entonces empieza a surgir un debate, desde hace ya varios años, en torno a la utilización o no de determinados métodos. Lo que en investigación se denomina “metodología de trabajo”. Pero, debe decirse que todas las disciplinas están atravesadas desde sus orígenes por una discusión en torno a sus métodos. Una disciplina es un determinado método. ¿No habría, entonces, un impulso positivista detrás de las Humanidades Digitales?
El slang de la informática también aparece como un factor interviniente en este debate, con la incorporación de una serie de problemas propios. “Minería de datos”, “estadística”, “programación web”, “programación de software” y “diseño digital” aparecen también como horizontes que pueden involucrar a las prácticas humanistas. Aparecen nuevas “técnicas”. Surge el paradigma del “acceso abierto” también como horizonte para pensar los saberes. Entonces ¿cómo compartir los saberes, cómo trabajar con ellos, qué hacer con ellos, cómo transitarlos y cómo atravesarlos? Las tradiciones y el saber comienzan a ser manipulados en otra escala. La era digital cambia la escala de las Humanidades Digitales. Las Humanidades Digitales son las viejas humanidades pero con una escala nueva. El corpus, por ejemplo, se ensancha. Es mucho más grande ahora. Tenemos una base bibliográfica y un objeto de estudio ensanchado ¿Cómo vamos a manipular toda esa cantidad de información? Al antiguo criterio crítico de la selección de textos y el recorte del corpus se agregan ahora los desafíos de la Big Data (Datos Masivos) ¿Cómo recortar la Big Data?
Durante muchos años, después de la conferencia de 1959 de Charles Percy Snow, se ha hablado de “las dos culturas” –tal como el título de la propia conferencia de Snow sugería–. Si bien aquella idea de Snow ha sido suficientemente rebatida desde las Humanidades y las Ciencias Sociales, también es cierto que el sustrato que está detrás de sus postulados se ha solidificado fuertemente en el imaginario de las ciencias “duras”. Las dos culturas nombra, entonces, una distinción aparentemente irreductible entre ciencia y literatura, entre humanidades y tecnologías. Podemos referir aquí una división actual que, efectivamente, existe en países como la Argentina, aunque por suerte cada vez de un modo más disipado, entre lo que, en el lenguaje corriente, se llama “ciencias duras” y lo que se ha entendido por “humanidades” y “ciencias sociales”. Es una distinción que siempre podemos matizar. Excepto cuando analizamos las asignaciones presupuestarias a uno u otro lado de la línea divisoria. Desde diferentes perspectivas a la “ciencia”, por un lado, y a las “ciencias humanas”, por el otro, se las ha visto como disciplinas poseedoras de una diferente matriz ideológica, cultural y política; y, lo más importante, con diferentes “metodologías de trabajo”. Lo que aparece en evidencia con la emergencia de las “humanidades digitales” es la posibilidad de reunir en un nuevo marco de legitimación a la tradición humanista. Con la aparición de las “humanidades digitales” las humanidades se vuelven más “mensurables”. Los resultados de las investigaciones humanistas se vuelven cuantificables ¿Pero no sería esa una concesión demasiado grande? ¿Revestir de mensurables las propias prácticas hace “duras” a las humanidades? Es indudablemente esa una aspiración que las ciencias duras tienen de las humanidades. Pero es también una aspiración que nunca ha estado en la agenda de las humanidades. Lo primero que habría que sostener aquí es que la era digital en general, internet en particular, está sostenido sobre un enorme zócalo de tradición humanista. Se aprecia eso en el enorme caudal de textos que circulan por la Web y que derivan de la cultura letrada. El lenguaje de programación mismo es, por excelencia, otra forma de escritura (una escritura transformada), susceptible de las mismas críticas que Thamus le impugna a Theus por la invención de la escritura humanista.
Hay que señalar también que “Humanidades digitales” nombre una serie de prácticas de diversas procedencias dentro de las tradiciones académicas. En Italia se habla desde hace ya varias décadas de “informática humanista”. Las “humanidades digitales” propiamente son más bien una denominación emanada de la academia anglosajona. Y es esta denominación, con todas sus implicancias, la que ha comenzado a ganar terreno en un ámbito que no podemos señalar como hispanoamericano o latinoamericano sino más bien como específicamente español en particular. ¿Se puede hablar de Humanidades Digitales en Latinoamérica? Quizá todavía sea temprano para ello. Aunque también es cierto que se están haciendo muchas cosas para que eso cambie.
El carácter incipiente de las “humanidades digitales” en América Latina no quiere decir exactamente que las “humanidades digitales” sean precisamente algo nuevo. Si bien la creación de RED HD (RED de Humanidades Digitales de México) data de junio de 2011, se podría hablar de prácticas que preexisten a las asociaciones o a las redes de sus practicantes. Pero hay que acudir, una vez más, a la tradición norteamericana en primer término. Si las humanidades digitales tienen algunas décadas de tradición entonces podríamos ubicar en los años 40 sus orígenes. En los años 40 podríamos decir, con la publicación en 1945 del artículo “Cómo podríamos pensar”, de Vannevar Bush, comenzaría mucho de lo que actualmente llamamos “humanidades digitales”. Pero es ese un texto muy complejo y difícil de asimilar para la tradición humanista a la que pertenecemos, preponderantemente de izquierda. El texto de Bush es muy incómodo por la matriz ideológica que lo genera, en el ocaso de la Segunda Guerra, con el mundo occidental ya con un pie puesto sobre el umbral de la Guerra Fría. Precisamente, en aquel artículo Bush se plantea “en qué vamos a ocupar a los 6000 científicos del proyecto Manhattan”, que hasta 1945 habían participado del desarrollo de un armamento nuclear que detonó algunas de las páginas más atroces de la Segunda Guerra. ¿En qué vamos a ocupar a los científicos en tiempos de paz? Esa podría ser la pregunta de Bush por aquel entonces. Y la respuesta que da Bush involucra a los archivos. Hay que preservar archivos. Y generar archivos. Pensar archivos descentralizados que sean menos susceptibles a las amenazas atómicas que las amenazas de guerra suponen. Podríamos decir que el de Bush es el primer ladrillo de eso a lo que hoy llamamos Internet. Y podríamos ubicar ahí una tradición en torno a las humanidades digitales; una tradición incómoda por cierto.
¿Pero qué decir de las Humanidades Digitales en América Latina? En junio de 2011 se crea Red HD (RED de Humanidades Digitales de México. Y, en noviembre, durante las sesiones del Simposio sobre Edición Digital de Textos Múltiples en la Universidad de Deusto Bilbao), se crea Humanidades Digitales Hispánicas. En 2013, se crea la Asociación Argentina de Humanidades Digitales. Como se aprecia, se trata de ámbitos en formación, pero que ya evidencian en su interior los síntomas de cierta tensión productiva. Hay tensión entre diferentes prácticas y diferentes disciplinas. Podemos decir que los catálogos y las bibliotecas virtuales quizás sean un gran campo de acción por venir para las humanidades digitales. La educación virtual será (ya lo es) un gran campo de acción para las humanidades. La emergencia de sitios web que se proponen como catálogos textuales y puestas online caros a la tradición humanista serán el otro gran territorio de exploración y de investigación para las humanidades digitales. Como también lo serán los sofisticados sitios web de instituciones como los museos y las bibliotecas, con su puesta online de textos, obras y bases de datos. Fondos documentales del siglo de oro, por mencionar un ejemplo, se podrán consultar online cada vez con mayor facilidad. Pero el horizonte se vuelve más complejo cuando aparecen archivos audiovisuales. Y entonces emergen otros posibles horizontes en el enorme campo de acción que quizás esté en el destino todavía inconmensurable de las humanidades digitales. Las universidades tampoco serán ajenas a los desafíos de las Humanidades Digitales. No quisiera que se confunda un planteo de orden de política académica con un reclamo meramente gremial. Una profunda demanda del orden de las políticas académicas se impondrá ¿Qué políticas digitales, para qué tradición? Desde un punto de vista de las Humanidades Digitales no se trata ni se tratará de la incorporación de tecnologías ni de la integración de nuestras tradiciones a las nuevas tecnologías. O no solamente. Se tratará de algo más profundo. Argentina está atravesando por un fenómeno novedoso en la historia universitaria del país. Se puede hablar de una nueva heterogeneidad universitaria. Ya no se puede hablar de “la universidad argentina” dividida, con debates como los de la universidad libre o laica, aquellos debates que se vivieron en la universidades argentinas de los años 50. La creación de muchas universidades nuevas en los 2000 está dando como resultado la creación de “universidades regionales”. Lejos de cuestionar la enorme felicidad que ese tipo de acontecimientos genera, se debe señalar, sin embargo, el peligro de crear universidades anti intelectuales que, con el tiempo, terminen generando prácticas atomizadas y anti humanistas ¿Qué lugar ocupan las carreras humanistas en las universidades nuevas? Muchos proyectos de universidades disímiles cambian el mapa. Ya no se puede hablar de una historia de la Universidad Argentina, como lo fue en el siglo XX en sus diferentes etapas (la universidad de La Reforma, la universidad “Flor de Ceibo”, la Universidad de la Normalización, por ejemplo). Sino que se comienza a hablar de “las universidades del siglo XXI”. No son ellas universidades hiper tecnologizadas. Y no se podrá hablar de políticas universitarias precisas en relación con la incorporación o no de tecnologías, puesto que todas las incorporaciones tecnológicas son disímiles en la Argentina. Quizá haya una discusión fuerte en torno a la incorporación de las tecnologías en el sistema educativo. Allí hay una doble posición, aquella que acepta la incorporación y la integración tecnológica y también hay posiciones, dentro de las que quizás yo me inscribiría con más comodidad, que se corresponden con hacer una crítica de las tecnologías o hacer un uso crítico de ellas.
Habrá, además, la creación de nuevos campos de trabajo. En lo personal, algo que ha embargado cierta zona de mis reflexiones en los años precedentes, se relaciona con el estudio de las “Maneras de leer en la era digital”. Ese sería para mí como un gran campo todavía fértil y que se enmarca dentro de tradiciones como la Historia Cultural o la Historia de la Lectura. Con los desafíos que se abren a partir de este gran tema emerge el desafío de nuevos objetos que ponen en crisis, o revitalizan, prácticas y tradiciones humanistas. Un ejemplo puede darse en el caso de la teoría y la crítica literaria, o la investigación en literatura. Pero no solamente. Las líneas tradicionales de las humanidades se han fundado en la identificación de determinados objetos: los textos casi han sido los objetos naturales de la teoría y la crítica literaria; las comunidades y determinados problemas de relaciones han estado entre los objetos fundantes de la antropología; el discurso ha sido el objeto de reflexión de determinadas corrientes lingüísticas. Me parece que los nuevos objetos demandarán, posiblemente, la fundación de nuevas disciplinas humanistas. O la creación de nuevas corrientes críticas. Cuando eso pueda resultar algo escandaloso para algunos humanistas, se tratará de plantear, al menos, una modificación de nuestras tradiciones disciplinares; cuando no, una revisión profunda respecto de nuestras prácticas: sus sentidos en el pasado, sus horizontes en el presente, su porvenir. Las yuxtaposiciones y los entrecruzamientos de prácticas y tradiciones que supone el presente implicará la modificación de muchas de nuestras prácticas actuales; y la fundación de prácticas nuevas. Ya se están fundando nuevas disciplinas, al tiempo que se cuestiona la dimensión disciplinar como legitimadora de prácticas ¿Por qué se deben inscribir a las nuevas prácticas dentro del peso de las tradiciones disciplinares? ¿Cómo emanciparnos de las disciplinas? A la par que se fundan prácticas nuevas, también se cuestiona el hecho de que esas prácticas se refieran o no a fenómenos constantes y no duraderos. “Ciencia de las inestabilidades”, así describió Jean-François Lyotard a un nuevo tipo de prácticas que comenzaban a emerger hacia finales de los años 70. La expresión de Lyotard nos pone en alerta: ¿fundar nuevas disciplinas, con todo lo que ellas tienen de cuestionable, en un contexto de emergencia de objetos y problemas inestables? Hay allí un gran motivo de reflexión. Pero no por ello se dejan de vislumbrar fenómenos y acontecimientos nuevos. Aparecen, por ejemplo, nuevos objetos estéticos como la “ciber poesía” o “las poéticas tecnológicas”.
Si miramos hacia atrás podemos ver la historia que tuvieron otras perspectivas y otras prácticas específicas. En los años 60, por ejemplo, cuando en la Argentina y en otros lugares del mundo comienzan a proliferar las asociaciones de Lingüística y Semiótica. Se fundan asociaciones y publicaciones en Francia (donde podría situarse el Comité Central de la Asociación Internacional de Semiótica), en Italia, entre otros lugares. Se fundan las asociaciones de semiótica en un momento en el que los sujetos de conocimiento estaban siendo atravesados por un conglomerado de “discursos” nuevos. Aquellas asociaciones venían en auxilio de los sujetos del saber que, por entonces, se debatían entre ceder al influjo y a la inercia de los discursos circulantes o, en cambio, ceñir los discursos que los atravesaban para hacer de esos discursos entrecruzados un nuevo objeto: “la interdiscursividad”. Eran los tiempos de la explosión de los medios masivos de comunicación y aquella reflexión en torno a los discursos venía acompañada de la emergencia de una serie de dispositivos técnicos que se especializaban en la captura, reproducción y archivos de la palabra en sus diferentes soportes. Si el texto era el objeto de la teoría literaria, la voz y el discurso comenzaba a ser el fetiche de los estudios semióticos. Hoy podemos ver la línea progresiva de todo aquello. Los medios técnicos se han hecho más sofisticados y se han acelerado las técnicas de producción, reproducción y archivos de la voz. Pero nosotros no podemos decir, como podrían decir los sujetos de conocimiento de los años 60, que estamos atravesados de discursos. Nosotros estamos atravesados de tecnologías. Somos sujetos atravesados por dispositivos en una carrera de imbricación con ellos, de manera tal que eso que nos atraviesa no sólo crea un medio ambiente en el cual comenzamos a estar insertos sino también un nuevo hábitat. De allí que ya no sea posible dentro de las ciencias seguir hablando de “sujetos de conocimiento”, y que aquella relación entre “sujetos de conocimiento” y “objetos de estudio” ya tampoco sea posible. Entonces aparece el problema de la incorporación o no de tecnologías al ambiente educativo. Un problema que exige una reflexión filosófica muy profunda. Allí se da el hecho paradójico de que, si una política de estado promueve la incorporación tecnológica, otras políticas (de mercado) ya han hecho el trabajo mucho antes. ¿Tiene sentido disfrazar de políticas de estado acciones que sólo continúan con la inercia de una fuerza preexistente como la de los mercados? Hay allí un gran motivo de reflexión.
También, en torno a las humanidades digitales, aparece un conglomerado de conceptos, algunos de ellos quizá nuevos y otros no tanto: nociones como cibertexto e hipertexto. Hay una práctica que se puede decir filológica y que llevan adelante los que trabajan con textos medievales y utilizan medios tecnológicos para hacer ecdótica o crítica textual; poner y fijar un texto online en vez de editarlo en papel. Aparecen, también, ediciones sinópticas, online, con muchísimas notas, que consuman también un horizonte de la lectura medieval: el lector contemporáneo es, como el lector medieval, un lector de fragmentos. O de parcialidades de textos a los que se van agregando nuevos fragmentos y notas. Junto a ese contexto culterano de la web y que remite a las notas casi filológicas de algunos internautas, aparecen desafíos como el de la “alfabetización digital”. O desafíos en torno a la digitalización de las tradiciones: ¿cómo serán digitalizados textos caros a nuestra tradición humanista? Es esa posiblemente una gran pregunta para un humanista digital. Se puede hablar incluso de “transliteratura”, entre otras nociones que posiblemente están siendo incorporadas sin una meditación grande en el presente. Hablaba de un momento de la “informática humanista”, que se corresponde más con una tradición italiana diferente a las humanidades que están connotadas en la tradición anglosajona de las “humanidades digitales”. En la noción italiana, que habla de “informática humanista”, se pone el énfasis en la incorporación del término relacionado con las tecnologías y en segundo lugar, pensada incluso como una relación jerárquica, aparece la consideración de las humanidades. Quizás las humanidades digitales tengan un desafío algo más grande de lo que el prejuicio humanista permite todavía sospechar. Quizá las humanidades digitales sean un buen pretexto para reflexionar qué pasa, no tanto con las tecnologías sino, mucho antes, con las humanidades. Hay allí un gran motivo de reflexión.
Comienzan a aparecer estudios sobre software que pueden ahora pasar a ser objetos de reflexión o de estudio, como antes pudieron serlo determinados textos literarios. Desde una perspectiva crítica, podría decirse que los textos son los objetos naturales de la crítica. Quizás algunos softwares o determinados sitios webs estén comenzando a ser, ya lo son, nuevos objetos de estudio para las nuevas ramas de antiguas humanidades. Una procesión de silicio y conexiones electrónicas está entrando al recinto de las humanidades. Entonces podemos ver las chispas que se producen con la aparición de una nueva tensión epistémica.
Base de datos, documentos, archivos e imágenes son tratados y retrabajados digitalmente. Los medios de comunicación, Internet, el arte digital, los objetos multimedia emergen como nuevos objetos de disciplinas tradicionales que están comenzando a renovar su mirada. Y todo esto sucede, también, mientras nuevas disciplinas están naciendo.
No quisiera terminar sin confesar aquellas críticas con que se cae sobre las humanidades digitales. Una de ellas impugna el hecho de que las humanidades digitales no reconocen las jerarquías y las autoridades del mundo analógico. Se revelan ante ellas. Hay problemas de género, también, en el universo digital, una suerte de misoginia cibernética, un universo digital cargado de violencia. Se aprecia ello en los foros de discusión. En esa discusión entra si las Humanidades Digitales son tecnofílicas o tecnofóbicas. ¿Están fascinadas por las tecnologías o, en desmedro de ellas, y en un contexto de crisis generalizada del humanismo, todavía están pensando en un posible horizonte de las tradiciones? Las humanidades digitales encarnan una anacrónica vocación humanista en medio de una crisis general del humanismo.
Una de las críticas que se le hacen a las Humanidades Digitales es que ellas constituyen un campo cerrado, un mundo endogámico sólo habitado por tecnócratas y científicos, scholars y eruditos. Y que por ende constituye una isla de elitistas poseedores de las últimas bibliotecas analógicas que existen. Que esa isla de elitistas se pregunte por el destino de sus bibliotecas mientras la isla flotante en la que viven se hunde a la deriva. ¿Eso hace de su actitud algo noble? Como se ve, muchas de las críticas que se le hacen a los humanistas digitales son las mismas críticas que se le podrían hacer a otras asociaciones de científicos que interactúan en el mundo analógico.
En un momento de renegociación del sentido de nuestras tradiciones, no sabemos muy bien si la isla de la cultura letrada está por hundirse o perderse en la deriva; o si la isla es en realidad la cima de un continente que está por emerger del océano, como de hecho sucedió durante la época del Cretáceo.
* Desde hacía ya un tiempo que se venían ensayando intentos por conformar una Asociación Argentina de Humanidades Digitales.
*Internet transforma la escritura. ¿En qué se transforman las palabras en la era digital? En acrónimos recursivos y en siglas. Es ese un cambio que ya afecta a la vida cotidiana. El lenguaje cotidiano también se vuelve “abreviado”.
*El programa del Simposio puede consultarse en línea: andresdepoza.com/