Los lenguajes musical y verbal encuentran infinidad de coincidencias y modos de combinación, producto de la forma en que adquirimos las competencias de su uso. Antes de comprender el significado conceptual de las palabras, ya las usamos para expresarnos, junto al llanto, la risa, los gritos inarticulados y la insinuación de melodías que, por lo general, responden a formas imitativas de la entonación.
Durante la niñez es normal la preferencia por rimas y formas tonales de la oralidad, como menciona la narradora de cuentos infantiles Mirta Colángelo: “Y será nomás por eso de la musicalidad que los pibes chicos prefieren los poemas rimados. Fascinación por la copla, las adivinanzas, los versicuentos.”
Apreciamos la música porque imita el habla humana. Así parecen concluir dos estudios realizados por neurocientíficos de la Universidad de Duke. En el primer estudio dirigido por Dale Purves se analizó la hipótesis de que los acordes musicales mayores y menores tuvieran similitudes con los espectros del habla humana en sus diferentes estados emotivos, y se constataron estas semejanzas.
En otro estudio posterior, Purves y Gill descubrieron que también las escalas musicales más frecuentes a nivel global se corresponden con los tonos vocales del habla humana. En este experimento compararon miles de escalas y acordes con los distintos tonos del discurso, y revelaron la existencia de vínculos biológicos profundos entre la música y la voz a partir de las asombrosas similitudes existentes entre lenguaje y melodías, tal como se puede notar en el siguiente video: